Una Policía al servicio del pueblo
Esa frase, tan sencilla y cargada de sentido, resume perfectamente el espíritu de los pioneros de la lucha sindical en la Guardia Civil y la Policía Nacional por una instituciones que fueran verdaderamente democráticas tras la dictadura franquista
Esta semana he tenido la oportunidad de participar en unas jornadas en la Universidad de Málaga que han rendido homenaje a los pioneros de la lucha sindical en la Guardia Civil y la Policía Nacional. Ha sido un espacio para recordar y reivindicar la valentía de aquellos hombres que, en los años 70, 80 y principios de los 90, se enfrentaron a una España recién salida de la dictadura para exigir derechos y libertades en el seno de unas instituciones profundamente jerarquizadas y donde aún no había entrado la democracia en los cuarteles, como eran, las FCSE.
Escuchar las historias de aquellos compañeros que ejercían el sindicalismo desde la clandestinidad ha sido emocionante y conmovedor
Escuchar las historias de aquellos compañeros que ejercían el sindicalismo desde la clandestinidad ha sido emocionante y conmovedor. No solo buscaban mejores condiciones laborales, algo lógico y necesario para cualquier trabajador, sino que también luchaban por democratizar las fuerzas y cuerpos de seguridad y modernizarlas. Era una tarea titánica en una época marcada por la incertidumbre y la amenaza constante de involución democrática, como lo demostró el intento de golpe de Estado del 23-F.
Crear un sindicato dentro de la Policía y de la Guardia Civil era, en esos años, todo un desafío. Muchos guardias civiles que se organizaron clandestinamente fueron perseguidos, detenidos y expulsados del cuerpo.
Durante estas jornadas, tuve la oportunidad de escuchar los relatos de quienes formaron parte de aquellos primeros sindicatos de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Sus testimonios sacaron a la luz las atrocidades sufridas durante la Operación Columna, una operación llevada a cabo por la propia Guardia Civil que se tradujo en detenciones ilegales, torturas, internamientos en psiquiátricos militares sin prescripción facultativa y expulsiones del cuerpo. Fue desgarrador escuchar cómo aquellos compañeros se enfrentaron a un sistema que buscaba aniquilar su espíritu de lucha.
Sin embargo, entre esos relatos de represión, brilló como una luz la intervención de Pepe González, primer secretario general del Sindicato Unificado de Policía, quien recordó el eslogan con el que nació su organización: “Una policía civil al servicio del pueblo.” Esa frase, tan sencilla y cargada de sentido, resume perfectamente el espíritu de aquella lucha: una apuesta por instituciones que fueran verdaderamente democráticas y estuvieran al servicio de la ciudadanía.
La historia de estos hombres honrados y valientes no puede caer en el olvido. Recientemente, cuatro de aquellos guardias civiles expulsados, el Sargento José Morata, el Cabo 1º Manuel Rosa, y los guardias Juan Carlos Piñeiro y Manuel Linde, han sido simbólicamente reincorporados al cuerpo, aunque ya están en edad de jubilación. Es un reconocimiento moral y jurídico que llega demasiado tarde, pero que, al menos, marca un paso importante en la dirección correcta.
Cuando estuve en el Congreso de los Diputados, trabajé para que estos compañeros fueran resarcidos. Puse todo mi esfuerzo y energía en conseguirlo, pero no logré verlo hecho realidad durante mi tiempo allí. Aun así, me alegra profundamente que, gracias al trabajo colectivo de muchas personas, se haya dado este pequeño gran paso. Sin embargo, quiero dejar claro que el verdadero éxito no pertenece a quienes hoy están en el poder ni a quienes firman las resoluciones, sino a los que sufrieron en carne propia la persecución y el castigo. Ellos son los auténticos protagonistas de esta victoria.
Es importante recordarlo en un momento en el que algunos sindicatos dentro de las FCSE parecen haber olvidado de dónde vienen los derechos que hoy disfrutan. Muchos de estos derechos no cayeron del cielo. Fueron conquistados gracias al esfuerzo y el sacrificio de aquellos sindicalistas que, en los años más difíciles, lucharon por unas instituciones más justas y democráticas.
También fue criticada la actitud de algunos sindicatos actuales que se convierten en refugio de posiciones reaccionarias
En las jornadas de Málaga, también fue criticada la actitud de algunos sindicatos actuales que se convierten en refugio de posiciones reaccionarias, centrados más en la defensa de la ultraderecha que en el espíritu progresista que marcó los inicios del movimiento sindical en las fuerzas de seguridad. Estos sindicatos deberían recordar que su existencia misma es fruto del sacrificio de personas que lucharon por derechos, libertades y justicia social.
Aunque se ha avanzado, aún queda mucho por hacer. En pleno siglo XXI, la Guardia Civil sigue siendo el único colectivo de trabajadores públicos que no tiene derecho a sindicarse. Este hecho no solo es anacrónico, sino también injusto. El derecho a sindicarse no amenaza la disciplina ni la eficacia de la Guardia Civil, como algunos argumentan. Por el contrario, es una herramienta esencial para garantizar unas condiciones laborales dignas y conseguir así una institución más moderna y eficiente.
Hablar de sindicalismo en la Guardia Civil es hablar de democracia. El estado debe completar esta tarea pendiente que garantice que todos los trabajadores públicos, incluidos los agentes de la Guardia Civil, tengan los mismos derechos que el resto de los empleados públicos.
El homenaje no puede quedarse solo en palabras. Debe ir acompañado de más avances
Estas jornadas en Málaga han servido para rendir homenaje a quienes arriesgaron tanto en tiempos tan difíciles. Pero el homenaje no puede quedarse solo en palabras. Debe ir acompañado de más avances. También se abrió un interesante debate de cuál debe ser el futuro de las FCSE; libre sindicación, unificación de policía nacional y Guardia Civil, desmilitarización… todo con el objetivo último de avanzar hacia una policía más moderna, democrática y al servicio del pueblo.
España tiene una deuda con aquellos guardias civiles y policías que se enfrentaron a la represión y a las injusticias de su tiempo. Su sacrificio fue una apuesta por un futuro mejor, y nuestra obligación como sociedad es seguir avanzando en el camino que ellos abrieron. El verdadero mérito es de ellos, los que lucharon y sufrieron. Y nuestra responsabilidad es honrar su legado construyendo unas fuerzas de seguridad más justas, más democráticas, y más comprometidas con los derechos de quienes las integran y de la ciudadanía a la que sirven