La Valencia que emerja de este trauma histórico será muy diferente a la de antes. El agua se ha llevado también rutinas, certezas y futuros, y las ciudadanas reaccionamos al vacío como buenamente sabemos: sacando barro, preparando cenas calientes, clamando por la horca para “Perro Sanxe” o la dimisión de Mazón, o sumergiéndonos en imágenes y noticias de la catástrofe. Todo ello con la esperanza de dar sentido al dolor que sentimos.
En este punto de inflexión, junto a la reconstrucción material, deberíamos asumir la tarea de reconstruir nuestra identidad y aspiraciones colectivas, ahora tan dañadas como nuestros pueblos. La respuesta que elijamos ahora definirá la sociedad que seremos. Las respuestas solidarias, amorosas, compasivas, comprometidas y esperanzadas nos llevarán hacia un lado. Las respuestas de odio, enojo, cinismo y desentendimiento nos llevarán hacia otro.
Lo que ayuda a sanar, cohesionar y hacer prosperar a una sociedad es encontrar, o recordar, los puntos en común. La tragedia nos ha abierto el corazón y nos ha recordado que todas somos humanas, vulnerables y dignas de estima. Este sentimiento de profunda igualdad, de empatía y conexión existencial con las demás, es el fundamento de la voluntad de convivencia democrática, de bien y prosperidad para todas. Y, a su vez, es esta voluntad la que da lugar a las instituciones democráticas, ¡no al revés!
En la medida en que estas emociones y actitudes positivas están ausentes, las instituciones se convierten en una taxidermia vacía, una caricatura monstruosa del concepto original. Basta con un empujoncito para que su legitimidad se desmorone. Los proyectos políticos se vuelven un fino velo que apenas oculta tribalismos atávicos y agendas codiciosas.
Ahora es cuando podemos aspirar a ser una sociedad con estándares más altos de dignidad, compasión mutua, responsabilidad social y medioambiental, e ilusión colectiva, que acaben reflejándose en estructuras más colaborativas y transparentes, menores niveles de corrupción, instituciones competentes y políticos dignos de su cargo. Una sociedad que ha dejado atrás el ruido sectario y que participa, produce, innova y organiza sus recursos de manera responsable con sus ciudadanos, la naturaleza y el mundo.
Y los ladrillos de esta nueva casa son las emociones y las actitudes positivas.
La psicología positiva: una herramienta para el cambio
La psicología positiva, una disciplina relativamente reciente, nos ofrece herramientas para nutrir y hacer operativas las cualidades positivas que todos tenemos, para empoderarnos individual y colectivamente. Es importante aclarar que la psicología positiva no nos insta a negar nuestras emociones difíciles, ni a censurar la negatividad de los demás desde una posición de superioridad moral. Al contrario, la psicología positiva propone que para crecer debemos acoger y comprender la intención positiva que encierran la ira, el miedo y el desánimo. En lugar de suprimirlas, se nos propone enfocarnos en nuestras fortalezas, apreciando lo que está bien en nosotras mismas y en los demás y, desde esta posición empoderada, abordar lo que queremos cambiar.
Es conocido el concepto de estrés post-traumático. Lo que ahora se está investigando desde la psicología positiva es el crecimiento post-traumático: cómo ayudar a las personas a que las memorias traumáticas se transformen en fortaleza, valores y cualidades positivas.
La investigación ha demostrado que un componente clave de la resiliencia es el optimismo, entendido como la actitud de afrontar la vida con una predisposición positiva y realista al mismo tiempo.
Sin optimismo no hay resiliencia.
Ahora bien, también son factores determinantes para la resiliencia las relaciones nutritivas, la flexibilidad para ver las cosas desde distintos ángulos y el sentimiento de autoeficacia.
Aunque la genética juega un papel, lo más importante es que optimismo realista puede aprenderse si nos lo proponemos. Empezar es fácil; existen ejercicios sencillos, respaldados por la investigación, que pueden tener un profundo efecto transformador sobre nuestra manera de vivir. Por ejemplo:
- Diario de gratitud: Llevar un diario en el que anotemos las cosas por las que estamos agradecidas en nuestra vida. Esto fomenta la atención a los aspectos positivos y mejora el bienestar general.
- Reescribir la narrativa personal: Contarnos nuestra vida enfocándonos en los aspectos positivos y en cómo hemos superado dificultades en el pasado, nos ayuda a construir una identidad más optimista.
- Visualizar el “mejor yo posible”: Consiste en imaginar un futuro en el que todo ha salido de la mejor manera posible. Nos ayuda a enfocarnos en nuestras metas, valores y aspiraciones.
A estos planteamientos, eminentemente individualistas, podemos añadir una dimensión comunitaria: ¿Qué podemos descubrir si apreciamos más nuestro entorno social? ¿Cuál es la historia de superación de las generaciones que nos han llevado hasta aquí? ¿Cómo imaginamos que será esta sociedad cuando aprendamos a dialogar, creer en nosotros y cocrear?
En el pasado hemos actuado como aquél que buscaba sus llaves bajo una farola, y no donde las perdió, porque allí había más luz. Hemos deseado que cambien “los demás” para que cambiase nuestro mundo.
Toca un planteamiento nuevo. Si hay algún lugar en el mundo sobre el que tenemos plena potestad de cambio, es nuestro fuero interno.
Lluís Mencheta Peris
Psicólogo colegiado CV 18796