Vaya mi admiración para los misioneros, que abandonan su patria y se
dan hasta entregar su vida por los más pobres de la tierra; por los
enfermos y
los abandonados; por los que carecen de cultura y los que
desconocen el amor
de Dios. "Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por el amigo" (Juan
15, 13). Es lo que han mostrado las cuatro
Misioneras de la Caridad
asesinadas el 4 de marzo en Yemen (en
facebook, el periodista José María
Zavala ha mostrado las fotografías
de tan monstruosa tragedia). Mataron,
también, a doce o trece
empleados con los que se toparon los hombres
uniformados al buscarlas
en la Residencia de ancianos que regentaban ( en
1980, las Misioneras
de la Caridad ya atendían, en el Yemen, a una colonia
para leprosos).
Las religiosas eran conscientes del riesgo que corrían; pero
no
quisieron ser evacuadas: manifestaron que optaban por permanecer
junto
" a esta gente que vive en nuestra casa". Es lo de siempre: se
enfrenta el
bien al mal, el amor al odio, la solidaridad al fanatismo.
El Papa, que
tilda, la masacre, de "acto de violencia sin sentido y
diabólico”, ha
lamentado la indiferencia en medios de comunicación y
pide, a la Madre Teresa
de Calcuta, que "acompañe en el Paraíso a
estas hijas suyas mártires de la
caridad, e interceda por la paz y el
sacro respeto de la vida
humana”.
Josefa Romo