La importancia de saber adaptarse
La población de más edad no es más susceptible de sufrir depresión que otros colectivos y tampoco hay grandes diferencias de prevalencia entre hombres y mujeres, solo en los casos más leves es ligeramente superior en mujeres.
Lo que sí marca la diferencia es vivir en comunidad o estar institucionalizado ?es decir, estar en residencias u hospitales?, explica la doctora en psicología y también profesora de la UOC Montserrat Lacalle. Y es que el hecho de estar institucionalizados por sí mismo ya es un factor de riesgo de sufrir trastornos afectivos, sobre todo justo después del ingreso.
Entre los principales factores de riesgo, añade Lacalle, también están la soledad, especialmente en edades más avanzadas, y entre los 65 y 75 años, el hecho de jubilarse, es decir, pasar de tener un rol activo profesionalmente hablando a no tener ninguna obligación laboral. «Una persona que durante 40 o 50 años ha dado mucha importancia a su vida laboral y, de repente, ve truncada esa vida, requiere unos procesos de reequilibrio importantes», explica la psicóloga, que condiciona el riesgo de sufrir una depresión a la capacidad de adaptación a la nueva situación que tiene cada cual. «Las personas envejecen tal como han vivido el resto de su vida», remarca. Una persona que siempre ha tenido una buena salud mental, que ha sabido afrontar los problemas, superar dificultades, adaptarse a los cambios, alguien que ha tenido tolerancia a la frustración y una buena aceptación de sí mismo ?denominadores todos ellos de una buena salud psicológica?, esa persona llega al envejecimiento y tiene más herramientas para hacerle frente.
La gente que tiene ganas de jubilarse normalmente es porque está pensando en la lista de temas pendientes, pero hay que ir con mucho cuidado, avisa la profesora Lacalle, «que la lista no se acabe demasiado pronto y que nuestra ilusión esté focalizada en proyectos realistas, porque a veces las expectativas son demasiado altas».
La jubilación se tiene que ver y entender como un luto, un proceso psicológico que se experimenta después de cualquier pérdida, no solo ante la muerte de un ser querido. Para prevenir que se convierta en un descalabro, según Hernàndez, es bueno potenciar los factores de protección y las estrategias de enfrentamiento de la persona: apoyo social, relaciones familiares, autonomía física y mental...
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