Si observamos el panorama social actual, vemos que lo predominante son las ganas de pasarlo bien. Cada uno a su manera, claro. Desde los que organizan raves salvajes e ilegales en descampados rurales, hasta los que se divierten con las películas de éxito de Santiago Segura. El común denominador de esos dos biotipos bien diferentes es que no quieren estar con el ceño fruncido por la situación de desasosiego a la que nos someten nuestros políticos.
Hasta un hecho que podría considerarse de una forma seria y hasta dramática, como la denuncia por violación de ocho independentistas catalanas al policía infiltrado que se acostó con ellas, ha sido tomado a chacota. Se ha puesto de manifiesto el placer voluntario experimentado por las féminas radicales antes que su rechazo al enterarse que les había gustado fornicar con un madero.
Hay excepciones al buen humor, por supuesto, como el último escrache sufrido por Isabel Díaz Ayuso en la universidad. Pero estas acciones violentas son únicamente y siempre organizadas por la izquierda más extrema.
Decíamos que, en general, juzgamos la actualidad desde el punto de vista jocoso y no nos dejamos arrastrar por la decepción, la crispación o la melancolía.
O sea, que no gastamos la mala leche que usan nuestros políticos en sus enfrentamientos. El último y cotidiano ejemplo de ello lo tenemos en las redes sociales, en las que la crítica a unos u otros se hace más desde la ironía y el sarcasmo que desde el insulto desnudo o la descalificación a secas. Benditas sean, pues, esas ganas de divertirnos, en vez de seguir la estela de unos políticos que de tomar ejemplo de ellos acabaríamos a palos.