Menuda la ha armado el ministro Óscar Puente tras declarar en un acto público sobre el presidente argentino: “Yo he visto a Milei en la tele y no sé en qué estado, si previa o después de la ingesta de qué sustancias”.
Lo de nuestro ministro bravucón y boquirroto no tiene pérdida y supone una descalificación por todo lo alto de un mandatario extranjero. La intervención tampoco tiene la trascendencia diplomática de la irrupción de la policía ecuatoriana en la embajada de México, por supuesto, pero es una agresión verbal en toda regla, merecedora del reproche propio y ajeno.
Este último le ha llegado en forma de una desproporcionada reacción por escrito del aludido, que a fuer de ser un radical extremista y personaje estrafalario de la política tiene también un repertorio de argumentos reales o ficticios para arremeter contra sus adversarios. La horma del zapato de Puente, podríamos decir.
No obstante, en estas líneas quiero referirme a la contradicción de un Gobierno, el español, que se escandaliza todos los días de que presuntamente la oposición enfanga con constancia y deliberación el terreno político y luego, un día sí y otro también, él mismo enloda la política que dice respetar. Lo de Puente no es, pues, un hecho aislado; lo único que pasa es que tiene repercusión internacional. Pero evidencia que la práctica del insulto a quienes no piensen como él está generalizada y tan extendida que abarca ya a los personajes internacionales.
La prueba de que el partido en el Gobierno considera normal este tipo de conductas está en que no se ha disculpado de las declaraciones de su ministro. Parece decir, una vez más, que contra sus rivales vale todo y que sólo se puede ser de derechas si se está fuera de sí, como le acontecería al difamado Javier MIlei.