Un investigador que no estuviera desquiciado por la velocidad a la que se amontonan los acontecimientos en España ya habría llegado a la conclusión de que ese autobús decorado con algunos de los rostros más conocidos por los juzgados que investigan el crimen organizado era, en realidad, la contraseña que los justicieros, confabulados, estaban esperando para lanzar el ataque definitivo contra los principales responsables de la corrupción que nos gobierna. Y si dudan de esta especulación, repasen:
Lunes 17, el denominado TRAMABUS circulando por todas las pantallas.
Martes 18, el Tribunal de la Gurtel convoca a Rajoy para ser interrogado como testigo.
Miércoles 19, el Juzgado detiene a Ignacio González y práctica decenas de registros.
Ahora mismo son las seis horas y cincuenta minutos del jueves 20 de abril de 2017 y no parece que haya novedad en las portadas. Pero cuando usted lea esto, si no ha ocurrido nada aún más histórico que lo anterior, seguro que se está cociendo.
Pero no se trata hoy de investigar si es la existencia de un plan o son las casualidades de uno de los momentos más dinámicos y emocionantes de nuestra historia lo que nos haya podido traer hasta aquí. Esas incógnitas, y otras, quizás el futuro pueda desvelarlas. Esta mañana toca imaginar sobre los efectos colaterales del interrogatorio más importante de los que habrá sufrido Rajoy a lo largo de su vida. O lo que es lo mismo, de su mayor fracaso por el simple hecho de que se le haya convocado y que, según lo que ocurra hasta ese momento y como se desarrolle, puede constituir su muerte definitiva, y no prevista, para la política.
Empezando por los efectos en los medios de comunicación, me quedo con el “tercer grado” que Pepa Bueno aplicó ayer a Martínez Maíllo en directo, desde la SER. Cualquier parecido de ese interrogatorio con las entrevistas mañaneras a que nos tiene acostumbrados la famosa conductora fue pura coincidencia. Disparos de voz tajante contra el vicesecretario, o lo que sea, con preguntas breves y concatenadas que provocaban que los oyentes dictáramos sentencia contra el PP a cada respuesta del acorralado. Un tono que, sin duda, va a proliferar, y que, muy probablemente, va a provocar una huida progresiva de los focos de muchos de los representantes del partido de Rajoy.
Continuando por el resto de los partidos políticos, qué duda cabe que una iniciativa tan discutible como la del autobús de Podemos estaba condenada a ser durante esta semana la comidilla en las tertulias políticas, además de disponer de un hueco fijo en columnas de papel y noticieros audiovisuales. En cambio, lo ocurrido desde el martes ha callado a los críticos y convertido la iniciativa de los de Iglesias/Montero en lo más lógico del mundo, comenzando algunos medios a reclamar la actualización inmediata de las caras sobre ruedas, con la del ex presidente de la Comunidad de Madrid por una parte y la de Marhuenda por otra, por lo de la envidia que le podía carcomer contra Inda, que sí que apareció desde el principio entre los elegidos del autobús más famoso del momento.
En el PSOE las novedades les han pillado a contrapié, como todo lo que está ocurriendo desde que decidieron comenzar a suicidarse. Tanto, que hasta Sánchez, el principal beneficiado “a priori” de la testifical anunciada, se estará arrepintiendo de haber retirado el título de “indecente” que le dedicó a don Mariano durante el debate a dos antes el 20D, quien no lo recuerda. Seguro que el candidato a las primarias socialistas está deseando que todos olviden aquel arrepentimiento cobarde que regaló a su adversario.
Los de Rivera solo pueden esperar acontecimientos y desear que todo este lío conduzca a unas elecciones anticipadas que les permitan mejorar lo suficiente, algo que las encuestas no descartaban hasta la semana pasada y que ahora seguramente reafirman. Esa era su solución favorita para Murcia antes de la dimisión del ex, en este momento todo son incógnitas también en ese escenario de la orilla mediterránea.
Pero es más que probable que las consecuencias más importantes, e imprevisibles, se estén produciendo en el propio PP. Hoy mismo declara Aguirre en el juicio al que también ha sido citado Rajoy, “sine díe” de momento. Y varios antiguos dirigentes, para algunos de los cuales la vida ha dado muchas vueltas desde que se cometieron los delitos que se están juzgando, también están llamados al banquillo de los testigos, no se sabe qué es peor, pues del de los acusados uno puede salir inocente, pero del otro serás juzgado por cada ciudadano a través de un periodismo que ha alcanzado una categoría indiscutible. Imagínese usted si le preguntaran sobre su pasado y, además, no pudiera confabular su declaración con otros testigos y acusados para, al menos, decir las mismas mentiras.
Si el aún presidente opta por su estrategia habitual de dejar pasar ese tiempo que casi todo lo pudre, es probable que esta vez, que puede ser la definitiva, se equivoque, pues la carcoma trabajará sin descanso y con más alimento que nunca dentro de las cabezas de miles de dirigentes “populares”, aunque quizás ahora procede llamarles “implicados” o “presuntos”. En el partido político más jerarquizado de todos es ley inalterable que un golpe certero al líder máximo obliga a recomponer todos los equilibrios, pero esta vez ha de ser en medio de una inestabilidad creciente por el miedo inevitable al próximo telediario.
Puede que asistamos a una desbandada confusa, en la que muchos cargos intermedios del PP comiencen a sentir un vacío sutil en esos alrededores que antes eran de confianza y contubernio. Pero también la condición de sospechosos, cuando no la de apestados, si intentan moverse fuera de su entorno, y a quienes nadie querrá acercarse por culpa de esos móviles que capturan imágenes inoportunas que viajan a la velocidad de la luz desde cualquier esquina hasta la pantalla más consultada del periódico local, en Internet.
Y no podemos dejar de referirnos a una evidencia indiscutible. Cada transición política tiene sus maneras. A estas alturas podemos asegurar que el papel de la Justicia en la que nos está tocando vivir ha sido, es y seguirá siendo decisivo. El tercer poder de un Estado que ha conseguido corromper los dos restantes con tanta eficacia que ha contagiado a la mayor parte de la sociedad que los elige. ¿Nadie se ha preguntado cómo es posible que el PP haya sido tan mayoritario y durante tanto tiempo en Valencia y Madrid, dos comunidades socialmente tan complejas y dinámicas, pero donde la corrupción ha conseguido sus mayores cotas? Al menos por lo que sabemos hasta la fecha.